Marosa di Giorgio
Extractos de Clavel y tenebrario
21
Existe un hermosísimo idioma, cuyas palabras parecen casitas hechas con hongos. A su lado, palidecen las más bellas letras rúnicas.
Lo descubrí una tarde, y, no, lejos: aquí, nomás, mientras avanzaba entre las boticas de los eucaliptos, a la hora en que las paredes se colman de estrellas, y desde los árboles y el cielo, caen pastillas y perlas, vi el idioma, y lo entendí, enseguida, como si siempre, hubiera sido el mío.
33
Es la aurora de oro, la albareda blanca, colmada todo de racimos y rocío, de aves y de uvas.
Papá mira el jardín de papas, de espumosos repollos, las varas donde las arvejas burbujean como nardos.
También están los enmascarados de la medianoche, los retrasados, el solo doncel con un murciélago en la boca, y la dama de miriñaque con el vestido amarillo armado sobre alambre y una capelina de otros cielos.
Papá no quiere que estén allí, les ahuyenta, pero, ellos, hasta bailan un poco como desafiándolo, y luego, levemente, se van al horizonte.
… Anoto cómo empieza la mañana,
y hago un dibujo de las apariciones.
34
Eran blancos o amarillos o rosados, y a veces,
azules, casi negros.
Se colmaban de flores, de extremo a extremo.
A veces, iban por la tierra como personas; otras,
transitaban por el aire, lentamente.
Los vi de día y de noche, a través de los patios
de la infancia.
El que cuidó de mí tenía flores rosadas y
amarillas. Iba y venía conmigo de la escuela. Me
protegió de todo, de la muerte, de la vida.
35
No me puedo olvidar de la diamela (de aquel
jazmín de diamelas al pie de la ventana bajísima
y enorme).
Era una fogata de luz de luna; los Reyes colgaron los juguetes en sus ramos.
Manaba azúcar, de continuo, tules vivos como almas,
almendras como huevos de paloma,
y un polvo finísimo y brillante
que volvía, inmortales, a las cosas.
38
La rosa roja, de noche, se volvía más grande, más poderosa, echaba resplandores pardos, y hasta daba un ojo, grande y fijo y sin pestañas, como el de Dios, y así, nos vigilaba, desde lejos exploraba nuestros sueños.
Pero, de día, perdía poder; la miraba con miedo, pero, veía que ya, había cambiado; y, también, veía las otras cosas, y a los vecinos, que, en las huertas vecinas, continuaban su cotidiana labor; parecían estar cerca, y a la vez, lejísimo.
Hacía los deberes casi sin mirar. Mamá entraba y salía, dorando el almuerzo; hasta que, al fin, me lo daba; de pie, allí, vigilando; luego, traía el vestido blanco, la manta de tul, la canastita de libros y de azahares y yo me vestía, y salía, y pasaba siempre lo mismo, me parecía que iba a perder el rumbo de la escuela, que yo ya no iba a llegar más.
43
Los sapos surgen de la nada,
de la inexplorada nada,
que, sin tener nada,
echa sobre la tierra tantas cosas.
Pero, los sapos tienen toda la gracia,
su piel es fría, su piel es tibia,
los colores se mezclan inexorablemente,
van del gris, al verde, al azul, al negro,
a veces, hacia un celeste casi infinito,
o la espalda es anaranjada y moteada
como el curvo lomo de un hongo.
Tienen la lengua, larga como una víbora,
pero, se comen a los hijos de la mariposa
y a los huevos de la víbora.
A veces, un capullo amarillo
se les agarra de la espalda,
como una pequeña jazmina.
Viven bajo las hojas amparadoras
de los malvones y los paraguas,
por las calles donde las niñas
regresan de la escuela
bajo las siete lluvias del iris.
Cuando llamé vino uno solo,
todo gris,
plateado y bordado
como un mapa,
en la frente traía una patente,
un brillante,
éste venía con una perla,
cruzó la casa,
subió a la cama, saltó a la mesa,
escuchó las conversaciones de las tías y de las
abuelas,
que, siempre, hablaban al revés,
o cambiando una sílaba,
y vio otras cosas raras
que sólo sucedían en esta casa.
Pero, se fue,
desde nuestros ojos,
saltó otra vez, a la encantada lluvia
que dibujaba cosas absurdas,
liebres y madonas, en la pared.
46
Entonces, era el alba de la vida.
Habitábamos un pueblo pequeñísimo; las casas estaban hechas de porcelana y enredaderas; no dormía, nunca; me acostaba a las tres de la madrugada, rodeada de estrellas, y despertaba al minuto siguiente, con las voces de mamá y con las rosas. Y comenzaba, otra vez, a rondar, las casas de los vecinos. A lo lejos, parpadeaban las calandrias.
No puedo decir en qué país nací.
No recuerdo ningún dato, no queda ningún documento.
Pero, sé que el amor brillaba y no se podía morir.
Excerpts from Carnation and Tenebrae Candle
21
There exists a most beautiful language whose words look like little houses made out of mushrooms. Even the loveliest runic letters pale in comparison.
I discovered it one afternoon, and not even that far away—right here, just as I was walking among the eucalyptus apothecaries, at that time when the walls become filled with stars, when pills and pearls fall from the sky, I saw the language, and I immediately understood it, as if it had always been my own.
33
This is the golden daybreak, the white aurora filled with bunches of flowers and dew, birds and grapes.
Papá looks at the potato garden, the foamy cabbages, the stalks where the peas bubble like spikenards.
There are also the masked ones of midnight, slow ones, the lone young gentleman with a bat in his mouth, the hoopskirted lady with a yellow dress fitted over wires and a broad-brimmed hat from other worlds.
Papá doesn’t want them to be here, he shoos them off, but they keep on dancing a little in defiance, and then, lightly, they go off to the horizon.
I write down how the morning begins
and I make a drawing of these apparitions.
34
They were white or yellow or pink, and at times,
blue, nearly black.
They were filled with flowers, from one end to another.
Sometimes, they would walk on land like people; other times,
they flew through the air, slowly.
Day and night I watched them from my childhood’s courtyards.
The one who took care of me had pink and
yellow flowers. He came and went with me to school.
He protected me from everything, from death, from life.
35
I can’t forget the jasmine (that jasmine
of all jasmines at the foot of the lowest, enormous
window).
It was a bonfire of moonlight; the Magi hung toys for us in its branches.
Sugar flowed from it, incessantly, along with tulle, alive like souls, almonds like doves’ eggs,
and a dust, so delicate, shining,
that returned, immortal, to all things.
38
At night, the red rose was growing larger, more powerful; it gave off a dreary radiance, and it almost sprouted an eye, large and fixed and without eyelashes, like God’s eye, and in this way, it watched over us; from far away it explored our dreams.
But in the daytime it lost power; I watched it with fear, but I saw that it had already changed, and I also saw the other things, and the neighbors, who in their nearby farms were continuing their daily labor; they seemed nearby, and at the same time, terribly far away.
I hardly paid attention to the chores I was doing. Mamá came and went, making the lunch gold, until, at the end, she gave it to me, on foot, watching over me; then, she brought the white dress, the tulle shawl, the little basket of books and orange blossoms, and I got dressed, and went out, and the same thing happened as always; it seemed that I was going to forget the way to school, that I’d never reach it again.
43
The toads come out from nowhere,
from the undiscovered nowhere
that, though containing nothing,
throws so many things over the earth.
But the toads are totally graceful,
their skin is cold, their skin is lukewarm,
their colors mix, unyielding
transforming from gray to green to blue to black
sometimes, even to a nearly infinite pale blue
or their backs are orange and speckled
like the curved top of a mushroom.
Their tongue is long like a viper’s
but they feed on the butterfly’s children
the viper’s eggs.
Sometimes, a yellow bud
grabs them by the back
like a little jasmine.
They live beneath the protective leaves
of the geraniums and umbrella plants,
through the streets where the girls
return from school
under the seven rains of the rainbow.
Only one toad came when I called,
all gray,
silver and embroidered
like a map,
it bore a patent on its forehead,
shining,
it jumped up with a pearl
crossed the house
hopped onto the bed, onto the table,
eavesdropped on the conversations of aunts and grandmothers
who always talked backwards
or changed one syllable
and it saw other things
that could only happen in this house.
But he left
hopped out of our sight,
jumped again into the enchanted rainforest
that drew absurd things,
hares and Madonnas, on the wall
46
Back then it was the dawn of life.
We lived in a small town; the houses were made of porcelain and vines; I didn’t sleep, ever; I went to bed at three in the morning, surrounded by stars, and then woke up the next minute to the voices of Mamá and the roses. And I began, once again, to make the rounds of the neighbors’ houses. In the distance, the calandra larks were fluttering their eyelids.
I can’t tell you what country I was born in.
I don’t recall any information; no document remains.
But I know that love was shining, and dying was not possible.
Translated by Jeannine M. Pitas